El tren de mi vida

 

Siempre hay días en los que la vida te manda señales y te pone a prueba, unos días donde eres más consciente de que “todo” es una palabra que no debería existir porque nunca hay un todo y nunca hay un “nunca”.

Deberíamos saber que siempre hay una pérdida de algo, aunque sea mínimo y muchas veces esta cantidad no es significante ni desequilibra tu vida ni te hace pensar. Otra, sin embargo, te hace reflexionar que hay una pérdida que quizás ahora no se vea como tal y a la larga resulte positiva pero que en su momento duele.

Hay amistades, las cuales llamamos amistades por el paso del tiempo y por la confianza, que por algún motivo se produce un distanciamiento e incluso se rompe por completo; cuando esto sucede al principio hay cosas que no se entienden, pero yo creo firmemente que el tiempo da la razón a aquel que no ha cometido nada.

Muchas veces las aguas tienen que ponerse turbias y bravas para que la calma y la tranquilidad te devuelva un asentamiento razonado. Ver las cosas desde la distancia, separarse mentalmente de algo o de alguien y mirarse como un espectador puede que notemos que ahora es mejor así porque antes las cosas no eran sanas.

Hay que abandonar vagones de trenes de aquellas personas que por cualquier excusa o situación no nos permita desarrollarnos como seres humanos. Centrarnos en nuestro propio tren y dejar que se suban aquellos que en realidad merecen la vida. Hay veces que dudas de algunas, bien por las vivencias tuyas anteriores o por las de la otra persona. A cierta edad y después de haber tenido que parar en seco para que bajara alguien la duda es inevitable y además la mente te hace no pensar con claridad, se agolpan muchas paradas en estaciones anteriores y no muchas han salido airosas.

También es verdad que no en todas las paradas se puede y se debe bajar.

Emprendí un viaje hace meses. En este recorrido han bajado personas que no quisieron seguir en mi tren, quizás haya sido yo la que la invitó a bajar, pero no lo creo así, se tocaron sentimientos y entiendo que es difícil compartir el mismo tren; otra ha subido a él, ésta ocupa más de un vagón y me está costando más trabajo por mis dudas e inseguridades. No tendría que ser así, pero mi lastre al final del tren hace que en algunos momentos el viaje de mi vida se vea enlentecido y no debería ser así. Él tiene mucha fuerza y ocupa los primeros vagones junto al de mis hijas, pero me da miedo que se vuela a parar y tener que arrastrar otro lastre más. Con él tengo que llevar algunos de sus vagones de los cuales estoy muy a gusto, pero el lastre que él lleva al final me hace que los míos propios se carguen de más peso, que mi tren se tambalee y pierda el nuevo rumbo que emprendió hace tres años.

En estas andanzas de mi vida con mi tren y mis vagones ando, circulo o transcurren mis días. No quiero que te bajes de mi tren, pero tampoco me gusta que trates con la maquinista y le digas las mismas cosas que hiciste con la del tren anterior, porque ahora hay que añadir desconfianza en todo lo que me has dicho, si lo que me dices a mí también se lo dijiste a ella, todas las palabras, hechos y proposiciones. ¿Hasta dónde tus palabras son nuevas para mí?

Es lo único que pido, he pedido y pediré en la vida, no me gusta que me traten como a los demás, he sentido en otras ocasiones lo que es eso y a mí me duele mucho, porque yo no soy un clon de nadie y lo que llevo en mi interior es mío. Quizás sea lo que me distingue de la mayoría, mi sensibilidad es especial, yo no soy otra más ni lo quiero ser. Si yo estoy con alguien es porque yo soy única, igual que yo no te trato como al resto ni te digo lo que no le he dicho ni a mi ex. Porque eres único.

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