Reflexiones del último día

 

Hoy he empezado antes a emborrachar mi mente y mis ojos. La lucidez abre los sentidos y los sentimientos. Dejo que entren ideas, situaciones que podrían ocurrirme aquí, en la isla. Pienso en si teniéndote aquí, en este espacio reducido, podría vivir lo que me queda de vida, pasarme la vida mirando por un lado al mar y por otro sintiéndote a mi lado. Y todo se puede llevar así.

Entonces pienso en el amor, los diferentes amores que hay en una vida y como cada uno ocupa un hueco.

Los hijos. Amor incondicional si ellos no te maltratan, darles todo lo que uno tiene para la felicidad de ellos, pero ellos sólo quieren amor, cariño y estar ahí. Lo material desaparece con los años. ¿Es el amor más puro? ¿El que colma todos tus sentimientos y sentidos? ¿Cuándo lo tienes acaso es que se echa en falta otro? ¿El sentimental?  ¿El que te arropa y te calienta? ¿El que cobija? ¿El que te seca las lágrimas? ¿El que te anima y da consuelo? ¿El que te acompaña siempre? ¿A ese se le puede llamar incondicional?

Son diferentes. Es increíble la capacidad del ser humano de separar, de diferenciar las clases que hay de amar. Parece que el corazón está diseñado para rellenar cada recoveco con uno diferente y encima saber y ser conscientes de diferenciarlos.

Lo más increíble es que amores pasados, recientes, amistades, familiares, todos tienen su cabida en él, a no ser que el odio reine por encima. Pero no es el corazón sino la mente la que maneja todo este entresijo de sentimientos. Y cuando la miramos de frente y la paramos recolocamos a cada uno en su sitio.

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