Una sensación extraña
Es una sensación extraña. Siempre es así. Cuando tu vida deja la rutina, lo cotidiano,
pero no ordinario, y te embarcas en nuevas aventuras, vivencias. Donde compartir
algo vulgar, por el hecho de repetirse, pero no por carecer de valor, adquiere
otra dimensión, otra forma, sensación y encanto. Donde el lugar que no deja
huella, ésta queda para siempre. Donde las pequeñas cosas se hacen grandes y los
sueños se hacen o se acercan a la realidad.
La vida cambia en cuestión de momentos, unos acertados, otros no, pero enseñan.
Los recuerdos de un pasado reciente, tan reciente, que aún se hacen tangibles
los últimos coletazos, caricias, miradas y besos.
Y envueltos de nuevo en nuestras obligaciones laborales, de madre, padre, hija,
amigo, amiga, compañera… donde parece que no ha pasado nada, sólo nuestra mente
es la que lleva la mayor carga, el corazón tocado.
Me refugio en mí, mi interior es el que me hace digerir lo vivido, me hace
pensar en los sentimientos, por qué siento y cómo lo hago.
La soledad es la que acompaña ahora mis momentos, pero es una soledad querida
porque ella es la que me hace ver la realidad y recordar con gratitud y añoranza
lo vivido.
Momentos de tristeza también me golpean, pero solo un momento y es porque me da
pena que lo bueno se pase tan rápido, porque la vida se está yendo y puede que
otros momentos no vengan y si lo hacen ojalá que sean mejores o iguales.
Pero soy afortunada de tener lo que tengo, de que la vida me dé otra
oportunidad y seguir aprendiendo. Gracias a ti estoy aprendiendo, me enseñas a ver
la vida de otra forma. Me enseñas a ser feliz con lo que tengo, a saborearla, a
no enfadarme ni darle importancia a lo que no la tiene, a amarte, a ti también,
porque me cuesta dejar que me quieran.
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