El mar, mi mar
Pasan
los días y los meses, ¿el noviazgo pasa?, ¿en qué etapa de la vida estoy?
Sé cuáles
son mis deseos o necesidades, calmar mi mente y no hacerle caso, soltar lastre
y dejar que la marea me lleve, a ese mar que me embriaga, a ese que me calma y
al que no dejo de mirar. El único que va cambiando visiblemente ante mis ojos,
el tono, la fuerza, las olas, y no me canso de observarlo, mirarlo. El mar que
me produce paz y me incita, el que remueve todos mis sentimientos y me hace pensar
y valorar mi vida, lo que tengo y no, lo que se fue y puede venir.
Ese
mar que últimamente está en mis sueños de día, el que me ha enseñado que hay
otras cosas, el que me ha devuelto las ganas de volver a él, de ser nómada y
primitiva, de volver a mis orígenes más remotos, a mi verdadera esencia.
Es
ese mar el que me ha hecho replantearme lo que tengo.
Mi
verdadero yo no está aquí, es salvaje, siempre en contacto con la naturaleza,
donde la sociedad quede apartada y tú te reúnas con ella para lo básico, pero
con la facilidad de aislarte y volver a esa zona donde lo básico es suficiente.
Es en
esa zona donde uno se da cuenta de lo que tenemos, exceso de todo, y que la
vida es un soplido de viento.
Enraizada
mi vida en esta tierra, no puedo abandonar este barco y coger otro en otro
puerto.
Mis
raíces son tiernas y muy maduras para dejarlas a la deriva, obligaciones y
responsabilidades me atan, ¿pero y después? cuando algunas no estén y las otras
hayan encontrado otro trocito de tierra para echar sus propias raíces, entonces
no sé si la vida me permitirá buscar e ir tras mi otro yo, el que me llena y me
da alas, donde la libertad es auténtica.
La
vida es justa, pensamos que no, que hasta la injusticia va con ella, pero es
que la miramos con ojos de vanidad, queremos todo, y eso es una quimera. Hay
que elegir, a veces si no te decides lo hace ella sola.
La
sociedad nos rodea, nos envuelve y nos pone una venda para dejarnos ciegos,
aunque podamos ver. Nos lleva a su terreno, cuanto más tiempo en ella más
caemos en su juego; hay que salir de ahí, explorar otros paisajes donde se
pueda respirar el silencio y sentir los sonidos de la naturaleza.
Es
fundamental. Es libertad. Para mí es mi libertad.
Ese
mar reciente que calma mi ansiedad me ha hecho ver y sentir que tengo que
volver a él, ahora, en éste momento de no embriaguez, con mis sentidos casi
equilibrados después de una noche removida por palabras de amigas, certezas y cervezas.
A él, a ese trocito que veía sentada en mi balcón, a él me agarro y se va mi
mente, es él el que me da ánimo a llevar la vida buena que llevo, pero
socializada, donde dirijo la punta de mi flecha para tener un objetivo.
Muchas
emociones y recuerdos vividos que se quedan en mi memoria, mis hijas, siempre
estarán allí junto con ese mar.
A él
dirijo mi mente y pensamientos para estar bien.
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