¿Y por qué duele?
No debería ser, pero lo es. No
debería sentir, pero es así.
No es dolor, ni sufrimiento; tal
vez pese algo, el silencio, el vacío por no poder sacar o expresar lo que llevo
dentro. No poder contar lo que cuento. No poder dejarme llevar y tener que
quedarme quieta sin que nadie me sostenga.
En la cuerda me poso y recorro el
camino, de punta a punta. La cuerda, tensa al principio, me sostiene y me
da fuerza para seguir caminando hasta que llego al medio y tengo que frenar,
unas veces me frenan y otras yo misma soy la que tengo que ir parando, en seco
o de golpe. Necesito ayuda, la pido, otras veces me las apaño y en otros
momentos la oportunidad cae en la persona programada que me escucha y me hace
ver las cosas en un orden racional.
Salgo airosa de las batallas
internas que algunas veces reinan en mí, con motivo o sin él.
Mi camino avanza a cada paso que
me propongo, remos paralelos ayudan, con la corriente a favor o en contra
seguimos por este mar de la vida.
En mitad de la tormenta hay un
faro que me ilumina y me hace ver el camino imaginario que tengo que seguir, en
solitario me las arreglo como otras tantas veces. Al final llego a la orilla,
orgullosa de haber salido yo sola, aunque agotada, pero sabiendo que enseguida
puede que otros mares me encuentre. Confianza en mí. Es mi mar y mi mundo, mis
puertos a los que atracar los que me harán fuerte.
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