Dos horas sin tu presencia
Tú quieres, querías, porque ya me lo dijiste, que tu presencia bañara mi casa, dejar un halo de ti en cada estancia, que así te recordara, y así lo hago.
La manta, al taparme, seguía caliente por tu cuerpo cuando en mi cama dejaste
vencer al sueño y entre nubles y claros de tu memoria, muchos minutos pasaron,
te oía y te oías, pero no quería despertarte.
En la silla de la cocina, la misma en la que me siento a degustar el primer
café de mi mañana o más bien mi madrugada, en la que te cuento mi noche, mis
sentimientos y donde te digo que te quiero y te extraño unas veces más que
otras, también estás tú.
En el baño, si abro el cajón donde guardo esas pinturas que apenas uso, mis
cosas de higiene y aseo, allí veo parte de ti.
Has dejado tu huella, la que te delata y deja entrever que te has ido colando
en la vida de los habitantes de esta casa.
El salón donde has compartido mesa y mantel con las personas que más quiero y
con las que más unión tengo, para ser uno más de ellos.
Si, en todos los rincones. Es lo que querías. Estar en mi vida. Con tu
paciencia y sabiduría lo vas consiguiendo, es como si lo supieras o lo hubieses
sabido de antemano. O eres un arte en la materia.
Sabes ya mucho de mí, por lo que ves cuando sólo estoy yo y cuando estoy con
más personas, en la calle, en mi casa, en mi salsa.
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